Compasion – Si - ¡Piedad – No! | ||
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Por Sherri Mandell | ||
Mi hijo Koby tenía 13 años, era ciudadano americano e israelí y fue asesinado en Israel, el 8 de Mayo de 2001, por unos terroristas árabes. Ese día su amigo Yosef Ish Ran y él, decidieron no acudir al colegio. Se fueron de paseo a un centro comercial cerca de nuestra casa y fueron atacados por terroristas que los lapidaron hasta morir con unas bolas de bolera.
Koby era guapo, inteligente, divertido y nunca dejaba de sorprenderme. Era mi hijo mayor y él me enseñó a ser madre.
Aún hoy me sigue enseñando. Cuando asesinaron a Koby, pensé que no sería capaz de seguir viviendo y de hecho sólo deseaba morirme. ¡Mi hijo tan querido ya no estaba a mi lado, y nada me lo devolvería, además, le habían asesinado de una manera tan violenta y tan cruel! Después de la muerte de Koby le pregunté a mi marido que cómo íbamos a seguir viviendo, me contestó: Tenemos otros hijos y no podemos destruir sus vidas porque Koby haya muerto. La comunidad donde vivimos nos brindó todo su apoyo durante nuestro duelo. Cocinaron, limpiaron, nos trajeron libros, nos visitaron y estuvieron a nuestro lado. Una amiga mía que fue consejera comunitaria en Nuevo México, formada por Elizabeth Kubler Ross ( psiquiatra americana de origen suizo, de reconocida valía, cuyos trabajos son de obligada referencia en todo lo relacionado a la gestión psicológica concerniente a la muerte y al duelo) nos acompañaba a diario. Me sentía como un cristal cascado a punto de hacerse añicos, pero el hecho de saber que ella estaba a mi lado, me ayudaba a soportar la pena y a no perder la razón. Enseguida nos dimos cuenta de que nadie comprendía a nuestros hijos. Una semana después de la tragedia, regresaron al colegio y los compañeros les hacían preguntas carentes de todo tacto; por ejemplo una niña le preguntó a mi hija de 10 años: ¿extrañas a Koby? Mi hija Eliana no pudo responder. Extrañar es una palabra demasiado suave para expresar lo que para ella significó la perdida de su hermano Koby. Mi marido y yo estábamos siempre rodeados de gente, pero los niños estaban básicamente solos. Se negaban a hablar con un psicólogo y al principio tampoco se comunicaban con nosotros. Nuestro dolor era inmenso y para ellos era extremadamente difícil vernos llorar. Realizamos que para las familias que han perdido a un ser querido en un atentado terrorista, es sumamente difícil continuar con la rutina de cada día, inclusive lograr que los niños lleguen a su hora al colegio, se vuelve una tarea imposible. Fuimos conscientes de que muchos niños pertenecientes a esas familias están relegados, olvidados. Estos chicos necesitan un cuidado especial; necesitan estar en compañía de personas que los comprendan. Un niño que ha perdido a un ser querido tiene que enfrentar esa pérdida, integrarla en su vida mientras va adquiriendo madurez. Manejar el duelo es un proceso difícil que requiere de un inmenso apoyo. Como respuesta a todo el amor que recibimos decidimos crear la Fundación Koby Mandell. Organizamos unos campamentos de vacaciones, especialmente destinados a chicos que hubieran perdido a un miembro de su familia en ataques terroristas, en los que todos ellos hubiesen vivido experiencias similares, de esta manera los chicos se sentirían más comprendidos. El verano pasado participaron 600 niños. El campamento tuvo lugar en Sukkot, Hanukah y antes de Pessah. 400 niños acudieron a los que organizamos en Hanukah durante cuatro días en Eilat. Hicieron excursiones, montaron en camello, y por la noche encendieron todos juntos las velas de Hanukah. Los niños disfrutaron muchísimo con todas estas actividades. Con la ayuda inestimable de los terapeutas y a trabes del arte y de la música, fueron capaces de hablar de su dolor Por el mero hecho de estar con otros niños que habían sufrido sus mismas pérdidas y sus mismos traumas, ellos sabían que no estaban solos. Organizamos también un campamento para niños heridos en atentados terroristas. Uno de ellos herido en el atentado a un autobús comentó: “En el colegio mis compañeros quieren ver mis heridas, pero después se alejan de mí”; Otro chico de 16 años se quejaba de que todo el mundo le miraba con pena. Pero en el Campamento Koby nadie se compadecía de él, porque él no era distinto a los demás. Lástima significa cuando los demás te miran con miedo Compasión significa cuando los demás te miran con amor. En el campamento de Koby y Yosef , los chicos están rodeados de compasión. Una niña de diez años, le contó una historia sorprendente a una de las consejeras, voluntaria americana. Su padre murió en un atentado terrorista a un autobús. Cada noche se le repetía el mismo sueño. Veía a su padre en un maravilloso jardín lleno de flores, él estaba de espaldas, y cada vez que ella corría hacia él, desaparecía. Nunca le habló a nadie de su sueño. No quería herir a su madre. Después de una semana en el campamento, se lo contó a la consejera, pero también le dijo que ahora su sueño era diferente. Ella corría hacia su padre, él iba vestido con una túnica blanca, preciosa, que flotaba al viento, él la abrazaba y le decía: "Yo os cuidaré siempre a mamá y a ti“. La niña entonces se sintió aliviada. En el ambiente protector del campamento encontró el sabor de la curación. La fundación no sólo trabaja con los chicos, también lo hace con sus familias. Organizamos un par de días de retiros terapéuticos, donde las madres y esposas reciben amor, ayuda y apoyo espiritual. Se utilizan terapias de duelo, se dan masajes relajantes, se hace yoga, arte dramático, terapia de grupo y diversas técnicas de consuelo espiritual. Las mujeres se reúnen regularmente, forman grupos de apoyo y al cabo de un cierto tiempo se ponen en marcha sesiones de trabajo y retiros terapéuticos, esta vez con la asistencia de toda la familia. Los retiros consisten en un programa de tres días en los que se disfrutan de actividades al aire libre, paseos en jeep, excursiones, y sesiones de terapia de grupo para parejas, adolescentes y niños. Los participantes comparten sus vivencias y les ayuda enormemente comprobar que no están solos, que hay muchas personas que sufren por los mismos motivos, este hecho potencia la comunicación y el apoyo entre las familias ya que se dan cuenta de que su dolor es compartido por otras personas. Los niños son capaces de transmitir sus emociones en voz alta, no se sienten relegados y comparten con sus padres la impotencia que supone para ellos verlos sufrir. También organizamos grupos para veinteañeros que reciben una atención especial y forman un grupo aparte: hacen frente además del dolor por la perdida de un ser querido, al sentimiento de tener que ocuparse de los padres para así ayudarles a superar su pena. Todos los programas han sido inspirados en el sentido del humor de Koby, en sus deseos de aventura, de divertimento y su gran amor y empatía hacia los demás. En mi libro The blessing of a broken heart (La bendición de un corazón roto), (Toby Press, 2003), cuento la historia de nuestro viaje espiritual de amor y curación. Escribo sobre lo que dijo el Rav Kotsker : No hay nada más entero que un corazón roto. Permitiendo que el dolor y la pena nos enseñe y nos guíe, hemos sido bendecidos con una gran riqueza interior, pero aunque nuestras vidas vuelvan a ser enriquecedoras, nunca más nos sentiremos completos. La pérdida de un ser querido en un atentado terrorista, puede conducirnos a la locura. Deseamos ayudar a la gente que esta inmersa en esa situación, haciéndoles comprender que no están solos, que otros antes que ellos han pasado por el mismo horror y están con ellos, sosteniéndoles y apoyándoles. Deseamos insistir en que Israel es como una tela, por más que intenten agujerearla jamás se dejará romper. Extrañamos a Koby cada día, cada minuto de nuestra vida, pero hemos elegido hacerle los honores intentando crecer, madurar, ser mejores, pero sobre todo tratando de ayudar a los demás a crear y a construir a partir de ese dolor en vez de dejarse destruir por él. |